sábado, diciembre 20, 2008

cuando el percebe jubiló

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Verdes avenidas cubiertas de sol ardiente como el agua que bebo sentado sin rencor ni paciencia en mi escritorio junto a un montón de páginas unidas por algún pegamento industrial barato y que me tratan de decir que en realidad no me gusta estar así, pero yo no les hago caso, pues ya he tomado mis decisiones. Y aunque no signifique nada (o todo) para mi, ese verde ardiente seguirá humedeciendo mis ojos hasta que algun día pueda encontrarte apoyada en el respaldo de una silla cualquiera, puesta ahí por un cualquiera, a cualquier hora, y de cualqueir manera podría ir, tartamudear y reír mientras me trago los nervios y decirte (finalmente) a la cara que ese verde eres tú, y que no sólo ardes en verde, sino que también en azul, y morado, y calipso, y blanco, y rojo como mi propia sangre que lleva millones de "te quiero" por segundo, y sí, son todos para ti, y no me canso de balbucear, porque de eso se trata.
Cuando Platón agoniza, todo se vuelve gris ceniza, y como el fénix, mi alma revive en un mar de azul y de vida, de olas, de sonrisas, de espuma y llanto, de carisma y encanto.
Entonces ahora (con claridad) puedo entender al percebe que se aferra a la roca y vive el estoicismo puro.
Así me siento y así me paro, golpeo la mesa sin cuidado mientras saltan las páginas como si se arrancasen una tras otra huyendo de la catastrofe inminente del final de un libro que no debería acabar.
Ya no estoy confundido; he perdido el rumbo.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

muy honesto
...sinceridad desde el fondo marino

Anónimo dijo...

Los ojos cerrados y las manos sudando, el nerviosismo previo a un te quiero

medicamentoso dijo...

San Francisco hizo girar a un monje hasta que cayera mareado; ahí encontró cual camino debía tomar.